En Cuba, un dinosaurio ungió a un ‘bebesaurio’

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Andres Oppenheimer
Andres Oppenheimer

Por Andrés Oppenheimer

La transferencia del dictador militar cubano Raúl Castro de uno de sus muchos cargos – de hecho, el menos importante – a Miguel Díaz-Canel ha sido descrita por varios presidentes y muchos medios internacionales como un “traspaso de poder”, una “transición” y el inicio de “una nueva era” en la isla. Con el debido respeto a todos, ¡eso es ridículo!

Castro, de 86 años, mantendrá sus dos puestos más importantes: el de jefe del Partido Comunista, que según la constitución del régimen cubano es la “fuerza dirigente superior de la sociedad y el estado”, y el de comandante supremo de las fuerzas armadas.

Díaz-Canel, quien cumple 58 años el domingo, fue nombrado presidente, el tercer cargo más importante en Cuba. Se trata en buena medida de un cargo ceremonial: sus posibilidades de cambiar algo son prácticamente nulas hasta tanto Castro se muera o se retire de su cargo como jefe del todopoderoso Partido Comunista, lo que podría ocurrir en tres años.

El propio Díaz-Canel dijo en su discurso de inauguración el jueves que su trabajo será preservar la dictadura cubana de casi seis décadas de antigüedad. Díaz-Canel dijo que “el mandato dado por el pueblo a esta legislatura es la continuidad de la revolución cubana”.

¿Mandato dado por el pueblo? ¡Qué disparate! El pueblo cubano no ha tenido una sola elección libre en casi 60 años. Todos los partidos de oposición y periódicos independientes o medios electrónicos están estrictamente prohibidos. Las personas que no están de acuerdo con el credo oficial del régimen militar son calificadas de agentes del imperialismo, enemigos del pueblo y perseguidos.

Y la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, la legislatura mencionada por Díaz-Canel, es una broma: no hay un solo legislador opositor. Un total de 603 de los 604 legisladores votaron por Díaz-Canel.

Sorprendentemente, incluso algunos gobiernos latinoamericanos que han tomado una posición firme por la restauración de la democracia en Venezuela han felicitado a Cuba por el nombramiento de Díaz-Canel.

El presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, escribió en su cuenta de Twitter que “México felicita a Miguel Díaz-Canel por su elección como Presidente”. Peña Nieto agregó en otro mensaje de Twitter que “se escribe una nueva página en la historia de Cuba”.

¿Qué hay para felicitar a Díaz-Canel? ¿El hecho de que haya trabajado toda su vida para uno de los regímenes totalitarios más antiguos del mundo? ¿El hecho de que en su discurso inaugural juró preservar un régimen que el año pasado encarceló o detuvo por razones políticas a un récord de 9,940 personas, según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional?

Muchos argumentan que la designación de Díaz-Canel es “histórica” porque será el primer presidente cubano en la historia reciente cuyo apellido no será Castro, y porque representa a una generación más joven que podría estar más abierta al cambio.

Según esta línea de pensamiento, el hecho de que Díaz-Canel no haya dado ninguna señal en su discurso inaugural de que podría convertirse en un reformador no significa nada, porque hacer eso equivaldría a su muerte política en la Cuba de Castro.

El ex líder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, era un apparatchik obediente del Partido Comunista gobernante hasta el día en que se convirtió en líder del partido, y comenzó a abrir el sistema político y económico de Rusia, señalan muchos.

Eso es cierto. Nadie puede descartar que Díaz-Canel se convierta algún día en el Gorbachov de Cuba. Pero lo más probable es que, al menos durante los próximos tres años, mientras Castro siga siendo el máximo líder en su calidad de jefe del Partido Comunista, Díaz-Canel seguirá siendo un opaco obsecuente de Castro.

A lo sumo, Díaz-Canel será un “bebesaurio” que reemplazará a un dinosaurio en uno de sus cargos menores.

En lugar de felicitarlo por su ridícula “elección”, los presidentes extranjeros deberían enviar a Díaz-Canel una fuerte señal de que en el siglo XXI ya no hay lugar para regímenes totalitarios que no permiten partidos de oposición ni la libertad de expresión. Y nosotros en los medios deberíamos llamar al régimen cubano por lo que es bajo la definición de cualquier diccionario: una dictadura.