Según un informe presentado al Congreso por el secretario de Estado, Marco Rubio, la nueva oficina será fruto de una reorganización del Departamento de Estado. La reestructuración reduciría sustancialmente el personal de la actual Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo, y crearía el nuevo departamento liderado por un subsecretario de Estado adjunto para la Democracia y los Valores Occidentales.
Sin embargo, todo indica que el nuevo departamento tendrá un doble estándar: criticará a Cuba, Venezuela e Irán —lo cual está muy bien, y es necesario— pero se hará el distraído ante la destrucción de las instituciones democráticas en México, El Salvador o Hungría.
Peor aún, es probable que se haga eco de los elogios de Trump a varias dictaduras amigas del presidente estadounidense, como Arabia Saudita, o líderes autoritarios, como el de El Salvador.
Durante su reciente visita a Arabia Saudita, Trump elogió a su gobernante, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, como un líder “increíble” y “magnífico”. La Oficina de Inteligencia Nacional de Estados Unidos había señalado públicamente en 2021 a Bin Salman como el funcionario que había aprobado el asesinato del columnista del Washington Post, Jamal Khashoggi.
Asimismo, Trump describió este año al autócrata electo de El Salvador, Nayib Bukele, como “presidente extraordinario”.
Aunque Bukele es muy popular en El Salvador por reducir drásticamente la criminalidad, grupos de derechos humanos —e incluso el gobierno estadounidense, antes de que Trump asumiera su segundo mandato— lo han acusado de abusos generalizados a los derechos civiles y humanos. Recientemente, Bukele aprobó una ley que reprime a los grupos de derechos humanos, pro-democracia y anticorrupción que reciben financiación extranjera. La revista The Economist tituló esta semana: “Primero destruyó a las pandillas. Ahora Nayib Bukele destruye a sus críticos”.
En al caso de México, Trump también se ha mostrado tímido a la hora de criticar el declive de México hacia una autocracia electa.
El 1 de junio, México celebró unas controvertidas elecciones para elegir jueces y magistrados de la Suprema Corte por voto directo, en lugar de por sus méritos profesionales.
Muchos expertos legales temen que el partido gobernante, Morena, manipuló el proceso electoral para apoderarse del poder judicial y darle a la presidenta Claudia Sheinbaum el control sobre los tres poderes del estado. Solo el 13% del electorado mexicano acudió a las urnas.
Además, el gobierno de Trump está recortando drásticamente la ayuda estadounidense a grupos de derechos humanos y libertad de prensa en todo el mundo, incluyendo sitios web independientes que apoyan una apertura democrática en Venezuela y Cuba.
Dentro de Estados Unidos, el gobierno de Trump tampoco tiene mucho que mostrar en cuanto a su defensa de los “valores occidentales”. Todo lo contrario.
¿Es coherente con los “valores occidentales” intentar deportar a cientos de miles de venezolanos, cubanos, nicaragüenses y haitianos que se encuentran legalmente en Estados Unidos bajo el Estatus de Protección Temporal (TPS), a menudo separándolos de sus hijos nacidos en Estados Unidos?
¿Está defendiendo Estados Unidos los “valores occidentales” cuando Trump ignora las sentencias judiciales, como ha ocurrido recientemente en varios casos de inmigración?
¿Puede Estados Unidos predicar sobre los “valores occidentales” cuando su presidente dijo que había “gente muy buena en ambos bandos” después de que un grupo de neonazis se enfrentó con manifestantes en la infame manifestación supremacista blanca en Charlottesville, Virginia, en 2017?
A menos que el gobierno de Trump deje de elogiar a los autócratas y muestre más respeto por la propia Constitución estadounidense, la planeada “Oficina de “Democracia y Valores Occidentales” se convertirá rápidamente en un chiste. Probablemente muchos les darán el sobrenombre de la “Oficina de Indignación Selectiva”. Su acrónimo, OSO, sería una buena metáfora para una oficina que probablemente hibernará cuando la democracia se vea amenazada en muchos países.