¿Se encamina Argentina hacia una ‘Argenzuela’?

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Durante una visita de una semana a Argentina, hablé con varios altos funcionarios del gobierno y figuras de la oposición, pero el comentario que más me dejó pensando fue el que escuché de un taxista venezolano, uno de los 170,000 venezolanos que han llegado últimamente a este país. El conductor me dijo: “Los argentinos no saben en qué se están metiendo”.

Al igual que muchos argentinos, el taxista venezolano teme un regreso del populismo de izquierda en las elecciones presidenciales del 27 de octubre. Según me dijo, Argentina podría encaminarse hacia lo que algunos aquí denominan una potencial “Argenzuela”.

Hay un clima de casi certeza en Argentina de que la fórmula populista de izquierda del candidato presidencial Alberto Fernández y la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, que ahora se postula para vicepresidente, ganará las próximas elecciones.

El presidente Mauricio Macri, de centro-derecha, se postula para la reelección y espera dar vuelta los pronósticos. Pero la mayoría de los presentadores de televisión dan casi por hecho que la boleta Fernández-Fernández ganará en octubre.

En una elección primaria del 11 de agosto, la fórmula Fernández-Fernández arrasó por un margen de 16 puntos porcentuales. Y desde entonces, la mala situación económica de Argentina ha empeorado, en parte por la fuga de capitales generada por temores de un regreso del kirchnerismo.

En rigor, Macri heredó gran parte de la actual crisis económica. Durante los gobiernos kirchneristas del 2003 al 2015, en que Argentina se benefició de un auge sin precedentes de los precios de las materias primas, los Kirchner dilapidaron la bonanza en subsidios populistas y una corrupción masiva.

El gasto público de Argentina casi se duplicó durante el kirchnerismo, del 23% del producto interno bruto en 2002 al 42.2% en 2015. Hoy, Argentina tiene 9 millones de personas que trabajan en el sector privado, que mantienen a 15.3 millones de personas pagadas por el estado, según estimaciones internas del Fondo Monetario Internacional.

El vivir gastando más de lo que produce ha convertido a Argentina en un país inviable. Y Macri, aunque consciente de eso, no hizo las reformas suficientes para enderezar la economía.

Alberto Fernández ha enviado algunas señales preocupantes desde las primarias de agosto. Dijo que Venezuela no es una dictadura, a pesar del hecho de que ha habido más de 6,800 ejecuciones extrajudiciales cometidas por el régimen venezolano apenas durante el último año y medio, según las Naciones Unidas. Y ha dicho que buscaría mejorar las relaciones con España más que con Estados Unidos, un gran error de parte de un candidato que necesitaría la ayuda de Washington para renegociar la deuda externa de Argentina.

Todo eso hace temer que una victoria de Fernández podría causar una mayor fuga de capitales, como se dio después de las primarias del 11 de agosto, empeoraría la situación económica y significaría un regreso a los días en que los gobiernos kirchneristas culpaban a Estados Unidos y el FMI –en lugar de la costumbre de Argentina de gastar más de lo que produce– por la crisis económica del país.

Sin embargo, la impresión que me dio Alberto Fernández cuando lo entrevisté hace varios años es que es un hombre pragmático. Y muchos especulan que no sería un títere de Cristina Fernandez: Argentina tiene una larga historia de presidentes peronistas que traicionaron a sus padrinos políticos.

Aunque Cristina Fernández sería presidente del Senado, tendría como aliados a muchos gobernadores, y controlaría a varios sindicatos de trabajadores, Alberto Fernández podría construir una base de poder desde la presidencia.

Finalmente, es difícil pero no imposible que Macri gane las elecciones, o por lo menos que gane un bloque suficientemente grande en el Congreso como para evitar una toma gradual de las principales instituciones del país por un gobierno kirchnerista.

Creo que se avecinan tiempos turbulentos en Argentina, a menos que Fernández y Macri formen un gobierno de unidad nacional que ataque de frente la enfermedad crónica del país –gastar más de lo que produce– en lugar de sólo tratar de curar sus síntomas. Si eso no ocurre, la situación de Argentina podría seguir empeorando.