El tahúr de la Moncloa

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Por Adolfo González

“El que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.”

Nicolás de Maquiavelo

A finales de los años 70, en plena Transición española a la democracia tras la larga dictadura de Franco, Adolfo Suárez era el presidente que pasaría a la historia como el gran muñidor de ese dificilísimo tránsito. El partido socialista (PSOE) aguardaba ávido el relevo, que llegaría en 1982 de la mano de Felipe González, confirmando así que la izquierda podía gobernar España sin catástrofes ni tragedias nacionales. Se enterraba un pasado dramático. A pesar de los esfuerzos y méritos de Suárez, sufrió por parte del PSOE una oposición feroz con el objetivo de desplazarlo del poder. Alfonso Guerra, segundo de a bordo de Felipe, era el poli malo encargado del trabajo sucio. A cuenta de los llamados “Pactos de la Moncloa”, fundamentales para el gran acuerdo político que hizo exitosa la Transición, y que firmaron todos los partidos y agentes sociales, Guerra llamó a Adolfo Suárez, en sede parlamentaria y entre otras lindezas, el “tahúr del Mississippi”.

Mucho ha llovido desde entonces, y no siempre para bien. El gran acuerdo nacional que debía haber enterrado para siempre la fractura civil y política que supuso nuestra trágica guerra, ha sido puesto en duda, al igual que la Transición misma. Este punto es fundamental para entender por qué Pedro Sánchez, y su partido, el PSOE, han sufrido un descalabro en las pasadas elecciones locales del 28 de mayo, que abre un nuevo escenario político en España. En estos momentos, las tahonas de las pastelerías políticas de todo el país preparan los acuerdos que saldrán mañana alineados y horneados en todos los aparadores informativos. Los nuevos alcaldes serán investidos y el mapa político local cambiará de color, en gran parte, del rojo al azul. Porque aquí, tristemente, todavía es profunda la brecha cainita y esos son los colores con los que se identifica a las supuestas izquierda y derecha. En general, con normalidad institucional.

Lo mismo sucederá con el mapa autonómico. Para que los lectores del otro lado del Atlántico me entiendan, la división administrativa autonómica es, salvando las distancias, lo equivalente a la división en Estados. Y digo que hay que salvar las distancias, porque, paradójicamente, las autonomías españolas tienen competencias que ya quisieran para sí los Estados en muchas repúblicas federales, incluyendo Estados Unidos, México, y ni digamos Alemania. Por eso el poder autonómico es tan relevante, y por eso las sucesivas concesiones que, desde el advenimiento de la democracia, se han otorgado a los partidos nacionalistas de las regiones más conflictivas, País Vasco y Cataluña, han derivado en un serio problema que los diferentes gobiernos, rojos o azules, han manejado pretendiendo arrimar el ascua a su sardina.

La referencia inicial a que Suárez fuera motejado como tahúr no es caprichosa. No, porque, lejos de tal condición, precisamente fue la generosidad de Suárez con los nacionalistas la que dio pie al problema. Lejos de ser él el tramposo, pensó que se sentaba a la mesa con caballeros, y estaba rodeado, esta vez sí, de tahúres. Sin embargo, en ese sentido, Pedro Sánchez ha sobrepasado todos los límites, y es ahí donde está la explicación del desplome sufrido por el PSOE en los comicios locales. Sánchez ha tomado la mentira por bandera. Dijo que no pactaría con Podemos, formación situada a la izquierda de los socialistas, y lo hizo al día siguiente de las elecciones generales de 2019. El manejo de la pandemia, mediante sucesivos estados de alarma que fueron declarados inconstitucionales meses después, fue lamentable. El resultado económico ha sido un desastre, por más que se maquillen las cifras de desempleo y las de inflación. Es cierto que hay una recuperación en las últimas semanas. Pero, en primer lugar, es la más tardía y lenta de todo el ámbito de la Unión Europea. En segundo término, la borrasca económica que siguió a la pandemia fue, con mucho, la más profunda y duradera de ese mismo entorno. Y finalmente, y no menos importante, es más que probable que los indicios de recuperación tengan mucho que ver con el resultado de las elecciones locales, que presagia una inminente salida de Sánchez del palacio de la Moncloa. No cabe dejar de señalar que, mientras todo eso pasaba, el gobierno de coalición PSOE/Podemos se ha hartado de agitar fantasmas guerracivilistas, como si tal cosa fuera prioridad, abriendo o intentando abrir heridas que fueron felizmente cerradas, o eso parecía, por nuestros mayores, en el gran pacto democrático y nacional del año 77.

Con todo, el tahúr de la Moncloa ha ido más allá. Como la mayoría reunida junto a Podemos era insuficiente para su investidura presidencial, no ha tenido empacho en pactar con independentistas y separatistas catalanes y vascos para mantenerse en el sillón. Esto le ha obligado a hacer concesiones nunca vistas, como el indulto a los implicados en la intentona golpista catalana y las prebendas otorgadas a Bildu, la formación heredera directa de los terroristas de ETA. No me cabe duda de que ese “gobierno Frankestein”, orientado a las necesidades de Sánchez y no de los españoles, es la causa principal del giro electoral que se dio el pasado 28 de mayo. Como el tahúr además es narcisista, la noche de los comicios ni siquiera asomó a los medios ni dio explicación alguna. Muy al contrario, al día siguiente y por sorpresa, disolvió el parlamento y convocó elecciones generales para el 23 de julio. Esta última pirueta de tramposo encierra dos vertientes. Por una parte, marcar la agenda política y convertir la rabiosa actualidad de su derrota en una suerte de pasado remoto: ya no se habla de las municipales. Por otra, intentar, mediante el abstencionismo que se le supone a los sectores acomodados, que estarían vacacionando en esas fechas, maquillar lo que todo parece indicar que será otro sonoro fracaso de su partido y la pérdida del sillón presidencial. Esa es la naturaleza de la trampa y la desfachatez del ínclito presidente.

A su izquierda, el espectáculo también es bochornoso. Ante la inminencia de la pérdida de sus poltronas, Podemos y Sumar, que vienen del mismo sitio, se han apresurado a preparar una candidatura conjunta, cuyos condicionamientos han sido eliminar sin miramientos a los restos que ahí quedaban de la influencia del extinto Pablo Iglesias. Lo que antes eran amores son ahora odios perrunos. Si así es como se tratan entre ellos (y especialmente entre ellas) no es difícil imaginar lo que les importa el bienestar ciudadano. Menos que un bledo. La izquierda, históricamente, suele ser cainita. La española, más. Y el entorno de arribistas que ha conformado Podemos estos últimos años, más aún. Se despedazarán sin piedad por alcanzar, al menos, algunas poltronas en el Congreso.

A la derecha, un Partido Popular, que viene de una crisis interna, y que ha basado su estrategia en la paciencia y en esperar la caída de Sánchez como fruta madura, se presenta como una incógnita. Su rasgo principal, de la mano de su líder Feijóo, es la pasividad, el verlas venir. El único verso suelto es Isabel Díaz Ayuso, que ha cosechado éxitos arrolladores en Madrid precisamente por hacer lo contrario. De momento, sus aspiraciones no son presidenciales, ya se verá de aquí a cuatro años, y también se verá cómo maneja los celos la dirigencia nacional. Más a la derecha, todo parece indicar que VOX resultará, igual que en los pactos municipales y autonómicos de gobierno, imprescindible para conformar una mayoría que de la presidencia a Feijóo. Vaya por delante que uno de los trucos de Sánchez ha sido, en su línea guerracivilista, la de definir a VOX como ultraderecha, cuando no es más que un partido liberal en lo económico, y conservador en lo político. Personalmente, espero buena gestión económica, pero ningún milagro o maravilla. Los que más tienen, seguirán teniendo mucho, y los oligopolios y la gran banca se sentirán tan cómodos como con el PSOE. Es decir, como siempre.

Así que será interesante comparar el mapa municipal resultante de las investiduras de mañana con lo que pase el próximo 23 de julio. Está claro que una elección nacional no es una elección local, y que el voto tenderá más a aglutinarse en torno a los grandes partidos, con las excepciones de Cataluña y País Vasco, donde los partidos nacionalistas se verán, como siempre, favorecidos por una ley electoral que se hizo para calmarlos, y no logra más que exacerbarlos. La precipitada y tramposa convocatoria electoral veraniega de Sánchez difícilmente evitará su fracaso. En un partido razonable, la evidencia del desplome habría provocado otra reacción tras el control de daños: autocrítica, propósito de enmienda, quizá dimisiones. Pedro Sánchez, el tahúr, lo que ha hecho es doblar la apuesta, mientras los integrantes de su partido han decidido ponerse en modo espera y comprobar qué pasa al final con su todavía líder. Sin embargo, hay que considerar algo. A pesar de los penosos resultados, antes expuestos, de su período de gobierno, los sondeos no nos hablan de una ventaja arrasadora para el PP. La intención de voto del PSOE aún ronda casi un 28 %, y la causa principal es la extrema fidelidad de sus electores, muchos de ellos del llamado “voto cautivo”, ligado a las ayudas sociales. Es un caso que a mis amigos mexicanos les resultará familiar. No obstante, en mi opinión, las previsiones se cumplirán y Sánchez tendrá que hacer las maletas y marcharse por fin del Gobierno de la Nación, con sus trampas a otra parte.

Esa será la hora de ver lo que hace el tahúr, o los muchos aprendices de sus trampas que tiene alrededor. Habrá quien, venturosamente, desaparezca para siempre del mapa político, y ojalá entre ellos se encuentre el nefasto Sánchez. Dicen que quizá se encamine hacia la burocracia de la Unión Europea. No me extrañaría que ese sea su plan. Que se preparen en Bruselas. Pero también habrá, no lo duden, quienes buscarán acomodo, dentro o fuera del PSOE, o incluso se ofrecerán a los nuevos caciques, en especial a nivel local, para no perder sus prebendas. Ya lo verán. Los que no saben estar para servir, sólo sirven para estar. Que nadie piense que son gentes sin vergüenza: tienen mucha, y nuevecita, porque no la han usado en su vida.

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