Washington, (EFE News).- Abigail Culverhouse lloró antes de votar por correo en Virginia. Cuatro años después de sobrevivir a una violación, no podía creer que tuviera que elegir entre dos candidatos a la Casa Blanca denostados, si bien de maneras muy diferentes, por su comportamiento sexual, una muestra del camino que aún queda por recorrer en el movimiento #MeToo.
En las primeras elecciones presidenciales desde que ese fenómeno acabara con las carreras de numerosos hombres acusados de abuso sexual, los estadounidenses deben decidir entre el presidente Donald Trump –sobre el que pesan al menos 26 denuncias– y Joe Biden, señalado por una mujer cuya historia han cuestionado varios medios.
“Tuve que aparcar mis sentimientos para poder votar por quien creo que servirá mejor a nuestro país. Básicamente, fue elegir entre el menor de dos males”, dijo Culverhouse, que votó por anticipado y lo hizo por Biden, en declaraciones a Efe.
UN TRAGO AMARGO PARA LAS SUPERVIVIENTES DE VIOLENCIA SEXUAL
Esa estudiante de 21 años fue violada cuando solo tenía 17, y no solo no la creyeron cuando avisó a las autoridades, sino que los amigos de su agresor la intimidaron durante meses.
La llegada al poder poco después de Trump, que había presumido de agarrar a las mujeres por los genitales, decepcionó profundamente a Culverhouse, y esa desilusión regresó según se acercaban estas elecciones, en las que podía votar por primera vez.
“Hubo un momento en el que me sentí invisible, como les ha ocurrido a muchas supervivientes (de violencia sexual) en este clima político. Me di cuenta de que tenemos que luchar para que haya justicia”, explicó Culverhouse.
Una de cada tres mujeres en Estados Unidos sufre violencia sexual en algún momento de su vida, según datos oficiales, pero el tema no suele llegar a los titulares del país y ha vuelto a quedar relegado en una campaña electoral dominada por la pandemia.
“El cambio en las percepciones culturales sobre la agresión sexual que inició el movimiento #MeToo no está completo todavía”, indicó a Efe una socióloga experta en género y profesora en la Universidad de Oregon, CJ Pascoe.
LA ACUSACIÓN CONTRA BIDEN
La comparación con Trump en este asunto irrita a muchos defensores de Biden porque, al contrario que en el caso del presidente, sólo hay una acusación grave en su contra: la de Tara Reade, quien asegura que el candidato demócrata abusó sexualmente de ella en 1993, cuando era senador y ella trabajaba para él.
Biden ha negado categóricamente que eso ocurriera, y varios periodistas que lo investigaron dicen que no consiguieron corroborar la denuncia y que Reade cambió su historia varias veces. Por tanto, el asunto perdió fuelle hace meses y nunca llegó a debilitar al exvicepresidente en las encuestas.
A Culverhouse, sin embargo, no le sorprende el poco impacto que tuvo la denuncia de Reade: “A las supervivientes se las desestima rápidamente, especialmente cuando el hombre acusado es poderoso, y creo que ella merece justicia”, recalcó.
Además de Reade, otras siete mujeres han acusado a Biden de tocamientos inapropiados, algo que el exvicepresidente atribuyó en 2019 a sus intentos de “establecer una conexión humana” con la gente, aunque prometió que en adelante sería más “respetuoso”.
LA LLUVIA DE DENUNCIAS SOBRE TRUMP
En el caso de Trump, tampoco le han perjudicado las denuncias que le han señalado durante su primer mandato, y que se suman a la veintena de mujeres que hablaron con los medios durante su campaña en 2016 para acusarle de acoso o abuso sexual.
Amy Dorris divulgó en septiembre la última de esas denuncias: esa exmodelo aseguró que Trump la manoseó y besó contra su voluntad durante el torneo US Open en 1997 en Nueva York.
La acusación más seria contra Trump es también la única que le ha obligado a defenderse en los tribunales: el año pasado, la periodista Elizabeth Jean Carroll denunció que el ahora mandatario la violó en el probador de unos grandes almacenes en 1995.
Cuando Trump negó que eso ocurriera, Carroll le demandó por difamación y el mandatario dio el paso extraordinario de recurrir al Departamento de Justicia para que le defendiera en el litigio en Nueva York; aunque, igual que en el caso de Dorris, las noticias sobre el caso no han durado apenas tiempo en las portadas.
El mandatario critica a Biden por casi todo, pero en este tema se ha solidarizado con él: en mayo confió en que la denuncia de Reade fuera “falsa”, y su campaña no tardó en aparcar el tema.
DOS MODELOS DE MASCULINIDAD
La contienda entre Trump y Biden también ha sido un duelo de dos modelos de masculinidad: el agresivo y dominante del presidente, que irrumpe y arrolla a sus rivales, frente al que encarna el candidato demócrata, que intenta ser “una figura protectora fuerte pero llena de empatía”, en palabras de Pascoe.
Ambos son “estereotipos de masculinidad” que pueden repeler a las feministas, pero ambas campañas confían en que el arquetipo que encarna su candidato les ayude a conquistar a los hombres blancos sin educación universitaria y, también, a algunos latinos y negros.
“Trump representa un tipo de dominio masculino que algunos hombres blancos pueden considerar reconfortante cuando perciben que su propia masculinidad está amenazada por la creciente igualdad de género”, resumió Pascoe.